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Criminología y revolución. Primera parte: La revolución Rusa.


Hablar de revoluciones es extenso. En palabras de Salmerón (2018):

«Quien vive la experiencia de una revolución no habla de otra cosa, quienes la estudian o las miran en retrospectiva no pueden sustraerse a esa mezcla de entusiasmo y horror que las caracterizan. Las revoluciones trastocan drásticamente la vida de los pueblos que las sufren y alteran la realidad y la vida cotidiana de las personas. Suscitan pasiones y sacan a la superficie las tensiones, los rencores, los conflictos lentamente acumulados».

Siglo XX. Profundos y radicales cambios políticos surgieron en todo el mundo. Dos guerras mundiales socavaron la paz y con ello se vislumbró la fragilidad de la vida humana; reflexión, crítica, análisis, avance, emergieron a raíz de aquellos dos conflictos globales. Los gobiernos transitaron por el valle de la transformación política y cuando se habla de transformación hay una condición intrínseca que involucra a dos partes: los que transforman y los que quieren conservar todo como está.

La transformación trae consigo un debate inexorable, si este sale bien librado la transición se efectúa con tranquilidad. Si en cambio una de las partes rompe la vía diplomática y adopta una postura más agresiva con el fin de lograr su objetivo, la cosa que enturbia.

Es precisamente el fin último de este escrito enfatizar en aquellos movimientos libertadores que aún con numerosas desventajas lograron un cambio significativo en los pueblos. También corresponde a estas letras dilucidar sobre la siguiente cuestión: ¿una revolución puede ser considerada con acto colectivo de antisocialidad? Todo lo anterior con el contexto histórico pertinente. Se habrá de tener en cuenta entonces que las formas de vida en el siglo pasado distan mucho de las que conocemos ahora gracias a las tecnologías de la información y comunicación.

Para efectos prácticos de este artículo se abordarán cuatro revoluciones por considerarse las de mayor pragmatismo para enarbolar la dualidad Criminología – Revolución: la rusa, la china, la cubana y la etíope. Empezando por la rusa.

Es menester comenzar definiendo el concepto de revolución, para ello la Real Academia Española (2018) nos dice que: “una revolución es un cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional; levantamiento o sublevación popular”. La revolución es una transformación que no está exenta de violencia como alude la definición planteada, es casi propio de una revolución el que esta tenga algún componente violento porque lo que se persigue es romper con una forma, generalmente, de gobierno que mantiene al gobernado en una posición de sumisión mediante el terror y la escasez. Se combate violencia con violencia, pero con un objetivo distinto.

Partiendo de lo anterior las revoluciones buscan ponderar el bienestar social sobre el individual. Los intereses de un movimiento de liberación, la mayoría de las ocasiones va a pregonar y combatir por los derechos humanos de un pueblo; su enemigo directo es el Estado y las instituciones que avalan el desmesurado poder que ejercen sobre el individuo. El poder estatal es expresado en actos de terror y violencia: represión, tortura, desapariciones y homicidios, de aquí se parte que, aunque ambas partes usan como herramienta de lucha la violencia, tienen diferentes objetivos.

La revolución rusa

Para la segunda década del siglo XX, el Imperio Ruso atravesaba un álgido momento de crisis social y política, tres siglos de monarquía zarista comenzaban a repercutir en todos los ámbitos. En 1905 hubo un primer intento de revolución después de que el imperio fuera derrotado en la guerra ruso – japonesa, se convocó a una manifestación que fue violentamente reprimida por órdenes del gran duque Vladimir Aleksándrovich, tío del zar Nicolás II quien al momento de la manifestación no se encontraba en el Palacio de Invierno.

La Guardia Imperial abrió fuego contra los manifestantes pacíficos que exigían aumento de salarios y mejores condiciones laborales. Se estima que murieron unos 200 manifestantes y 800 resultaron heridos (Figes, 2000). A pesar de la carencia de medios de comunicación masiva, la matanza no tardo en divulgarse, lo que acentuó el malestar y la indignación social en contra del régimen zarista.

Pero no sólo la necesidad de las reformas sociales fueron el acabose que desembocó, primero en la revolución de febrero (1917) y luego en la revolución de octubre (1917), para Trotsky (1932) el rasgo fundamental y más constante de la historia de Rusia es el carácter rezagado de su desarrollo, con el atraso económico, el primitivismo de las formas sociales y el bajo nivel de cultura son su obligada consecuencia.

El descontento social no sólo se perpetuó, sino que siguió en aumento, hasta 1917. Para está fecha el Imperio Ruso ya se encontraba adentrado en otro conflicto bélico: La Primera Guerra Mundial, donde había comenzado su injerencia militar desde el inició de la guerra en 1914.

La política beligerante del zar ya no caló solamente en la sociedad, el ejercito imperial empezó mostrar las primeras señales de molestia y hastío contra el gobierno y contra la guerra. Una guerra representa un enorme despliegue de capital humano y económico; en términos de capital humano el ejercito imperial tenía debilitada la moral a raíz del fracaso de la guerra ruso – japonesa, estaba mal capacitado y había carencia armamentística; en términos de capital económico la sociedad rusa carecía de lo más elemental como comida.

El desmoronamiento del imperio fue producto de la confluencia de causas internas y externas. La guerra permitió que la consciencia revolucionaria se expandiera de las grandes ciudades a las localidades rurales. Las huelgas y manifestaciones se intensificaron, en palabras de Trotsky (1932): El apelotonamiento de los obreros en fábricas gigantescas, el carácter concentrado del yugo del Estado y, finalmente, el ardor combativo de un proletariado joven y lozano, hicieron que las huelgas políticas […] se convirtiesen allí en un método fundamental de lucha.

El 23 de febrero de 1917 (calendario Juliano), Día Internacional de la Mujer, obreras (cabe mencionar que muchas de ellas casadas con policías y militares) de las fábricas textiles declararon la huelga y se lanzaron a las calles con una consigna: «¡queremos pan, pero no queremos absolutismo, ni guerra!». Las colas en las panaderías eran interminables y el desabasto de aquel simple, pero valioso, alimento, le dio a la revolución el empujón que necesitaba.

Las obreras pidieron el apoyo de otros sectores: obreros de la metalurgia, bolcheviques y mencheviques, se unieron a las exigencias y cerca de 90,000 obreros y obreras tomaron las calles con una sola dirección: la Duma (el parlamento ruso). Ese día, nadie sabía lo que había comenzado: la revolución.

El 24 de febrero los movimientos huelguistas se incrementaron, la masa revolucionaria se vio reprimida por la policía y aunque por momentos lograban dispersarlos, rápidamente se reagrupaban y volvían a comenzar; existía una agresión mutua, pero la desventaja de los obreros era notoria. El componente violento de la revolución comenzaba a despuntar.

Por su parte el ejercito reservista (recordemos que el Imperio Ruso aún se encuentra inmiscuido en la Primera Guerra Mundial) mostraba cierto apoyo y afinidad al movimiento obrero, así como también era otra la actitud del obrero ante el soldado, como lo cuenta Trotsky (1932): el "reservista" de los tiempos de guerra no era precisamente el soldado sumiso del ejército regular […] Muy distinta era la actitud de los obreros respecto de los soldados. En los alrededores de los cuarteles, cerca de los centinelas y las patrullas, veíanse grupos de obreros y obreras que charlaban amistosamente con ellos.

En el mismo tenor, el autor nos cuenta que el movimiento proletario recibió un aumento de apoyo de los soldados cuando un transeúnte contestó a un diputado que le interrogaba (sobre la situación del apoyo de los cosacos): "Un policía ha dado un latigazo a una mujer; los cosacos se han puesto al lado de esta última y han ahuyentando a la policía." Sin embargo, ll ejército seguía siendo ejército, una masa de hombres atados por la disciplina y cuyos hilos principales estaban en manos de la monarquía.

El 25 de febrero 240,000 obreros toman parte en la huelga, se realizan los primeros disparos: un orador herido y un comisario de policía muerto. Los militares mantienen una actitud pasiva, aunque más de apoyo al movimiento revolucionario; cuando la policía montada abre fuego, algunos cosacos también lo hacen contra ellos, obligándolos a retirarse. La violencia de parte de la monarquía ha comenzado. Pero esto no mengua la fuerza de la revolución, el proletariado ya no tiene miedo, el hambre y el gélido frío ha bastado para continuar adelante.

El 26 de febrero y con la incertidumbre reinando en la consciencia de los trabajadores, éstos se reúnen afuera de las fábricas y comienzan su marcha. La represión no cede y el número de muertos, víctimas de heridas de proyectil, aumenta. Los soldados también han recibido la orden de disparar, no todos acatan la orden imperial. Los obreros y obreras se mantienen, «la masa no quiere ya retroceder, resiste con furor optimista (Trotsky, 1932)». A las seis de la tarde del mismo día, el regimiento imperial de Pavlovski se subleva y se une al movimiento revolucionario, regresan al cuartel por las armas y no están, las han escondido. Pronto son sometidos por otro regimiento, unos se rinden y otros logran escapar.

En la mañana del 27 de febrero los obreros reclamaban las armas a los principales líderes del movimiento revolucionario, empero el problema era simple, las armas estaban en los cuarteles. Esto indica una rápida evolución en el pensamiento del obrero: pasar de la agitación popular a la revuelta armada y siempre con el mismo ideal bajo la palabra, ni el cansancio, ni el frío, ni el hambre, eran ya suficientes para echar abajo la revolución.

La sedición del regimiento de Pavlovski sólo fue el inicio, durante la mañana y tarde del 27 diversos regimientos fueron sublevándose uno tras otro. El movimiento obrero por fin había impactado en la consciencia militar, inevitablemente las revoluciones también traen consigo un juego psicológico que se desplaza al plano de lo material. La guerra había jugado en contra de la moral militar y encima tenían ahora que combatir a su propia gente: hermanos, vecinos, madres, esposas, hijos.

Este acto de colectiva rebelión militar le otorgó al obrero lo que más necesitaba: las armas, pues aún se tenía que combatir a las comisarías de policía y a algunas fuerzas fieles al régimen absolutista.

Para la noche del 27 el movimiento revolucionario había triunfado, las guarniciones y comisarías restantes habían sido tomadas y quemadas. El movimiento se apoderó del palacio de Táurida, lo que ilustraba de manera simbólica la caída del gobierno zarista. Ahí en el mismo palacio se instalo el Estado Mayor Revolucionario.

El 2 de marzo abdicó el zar Nicolás II, «El sanguinario», como le apodaban algunos de sus críticos. El zar y su familia fueron ejecutados el 17 de julio y ahí terminaron 300 años de absolutismo y comenzó una nueva era para Rusia, posteriormente renombrada en 1922 Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas.

Cabe enfatizar que el Gobierno Provisional que se instaló resultado de la Revolución de Febrero, no cumplió con las demandas ni con las reformas que la masa exigía, lo que lo condujo a una eventual crisis que tuvo como desenlace la Revolución de Octubre (noviembre en el calendario gregoriano). Pero indubitablemente el movimiento revolucionario de febrero forjó las bases en torno a las carencias y al terror impuesto por el gobierno monárquico. Para efectos de la Criminología esas condiciones explayadas anteriormente, sirven para nuestro análisis.

Criminología y la Revolución Rusa

¿Es la revolución rusa de febrero un movimiento colectivo antisocial? La cuestión merece dos respuestas. De manera general es un no rotundo, fue un movimiento emanado del pueblo y para el pueblo, es cierto que hubo injerencia de ciertos cuadros políticos (los bolcheviques), pero éstos fungieron como elementos de cultura y consciencia en la masa. Cuando una revolución viene impulsada por el hambre, ya tiene la balanza inclinada a su favor y si a esto le sumamos condiciones climatológicas y ambientales paupérrimas, más se eleva el factor de lucha. El imperio ruso un país siempre ha sido de climas extremadamente gélidos y de tierras secas poco apropiadas para el cultivo, de ahí su escasez de productos básicos para la alimentación y su negativa complementación con las temperaturas bajo cero. El régimen imperialista obligaba a los rusos a vivir a todos bajó un programa de esclavismo moderno simulado, con condiciones inhumanas que no permitían el sano desarrollo en ninguna de sus variables.

El movimiento revolucionario ruso empuñó las armas para apuntarlas contra el Estado y sus instituciones represoras y la justificación es totalmente válida.

Por otra parte, si hablamos de una respuesta individual es un sí seguro. Todo movimiento armado posee individuos que se aprovechan de la situación para cometer atrocidades: homicidios, violaciones, robo y saqueos. Aunque la revolución tenga una dirección y un liderazgo, siempre se ve imposibilitada a controlar todas las acciones de sus miembros y es este vacío de poder es el que juega en contra.

Sin embargo, lo anterior no valdría como respuesta para nuestra interrogante principal, ya que hablamos de revolución como movimiento colectivo, es decir un grupo de personas que llevan a cabo una acción determinada en un tiempo y espacio específicos.

En el caso de la revolución rusa, la Criminología tiene el deber ético de señalar el desmesurado ejercicio de poder que el Estado utilizó en contra de la población en tan diferentes y variadas formas. Los crímenes de Estado son también objeto de estudio y prevención de la Criminología.

El autoritarismo zarista significó durante varios años el miedo de la población a expresar una simple idea; la posterior implementación de un régimen comunista agrandó, aún más, la brecha de la desigualdad y aumentó el miedo; acrecentó la molestia y el enojo; provocó la irritación de toda una población sometida a un régimen de terror, donde las desapariciones, las torturas y la muerte de inocentes y detractores, fueron el eje motivador de quebrar con el antiguo sistema de poder. Se cayó en lo mismo, esto si hablamos de condiciones humanas, porque científica y técnicamente hablando, Stalin llevó a Rusia (o la URSS) a un nivel de competencia internacional.

¿Valió el costo humano por el avance que logró? No, jamás ningún costo va a justificar la tortura y la matanza de millones de personas inocentes. Las ideas no deben ser motivo de inquisición.

Referencias bibliográficas.

Figes, O. (2000) La revolución rusa (1891-1924). La tragedia de un pueblo. España: Edhasa.

Salmerón, P. (2018) Cien Preguntas sobre la Revolución Mexicana. México: Para Leer en Libertad.

RAE (2018) Real Diccionario de la Lengua Española. Revolución. España. Recuperado de: http://dle.rae.es/srv/search?m=30&w=revoluci%C3%B3n

Trotsky, L (1932) Historia de la revolución rusa. España: Red Vasca Roja.

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