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El mexicano: un ser atemporal


alonso_erosa@live.com

Ya bien lo decía Bartra en su libro «La jaula de la melancolía», que el mexicano tiene fascinación por jugar con el tiempo. El mismísimo Jaime Sabines dice en uno de sus poemas: Y es que aquí, el tiempo es más lento. Precisamente el mexicano no es extendido, temporalmente hablando, es más bien una suerte de rapidez que cualquier occidental se asombraría de vernos. Pero el mexicano es rápido para el goce, para lo hedónico, para el placer; todo lo anterior conlleva rapidez porque es del gusto del mexicano.

Al contrario de lo anterior, lo fastidioso como el trabajo, es extendido a su máximo posible: «nos hacemos guajes» (guaje es una palabra con diferentes significados en México, uno de ellos atañe a un hombre tonto o bobo). La justicia ni pronta ni expedita, es claro ejemplo de lo lento que podemos llegar hacer las cosas los mexicanos, porque la justicia no se administra sola, necesita quien la aplique. La política es un también un juego de tiempo, donde las decisiones que se toman pueden ser prontas o distendidas.

El mexicano promedio, hastiado de malas decisiones, de un gobierno corrompido hasta la médula empedernido por favorecer a solo unos cuantos miembros de la alta esfera y de la inseguridad, busca soluciones fugaces que calmen su enojo y su ira. Pero no todos buscamos las mismas soluciones, no todos miramos al mismo pozo.

Los recientes saqueos a tiendas comerciales y de conveniencia, son la representación gráfica de la atemporalidad del mexicano. La clase baja, segregada por la clase alta, olvidada, excluida, mancillada, se volcó a la búsqueda radical de soluciones: los saqueos. Una reforma que prometía resultados prometedores que nunca llegaron, detonó el caos social; aún con todo eso, el gobierno sigue obstinado en decir que era lo mejor para el pueblo mexicano.

Los recientes actos de vandalismo muestran, que el mexicano ya no quiere esperar y por tal motivo no está dispuesto a ejercer ningún tipo de presión política, porque ello conlleva tiempo y a nosotros no nos gusta esperar; por eso no se presiona directamente al político, no se va directamente a la casa de los diputados, ni a los palacios de gobierno y mucho menos a la morada del presidente, el mexicano quiere, necesita algo ya. Una respuesta, una solución donde descargar todo el descontento.

Los saqueos precisamente muestran todo eso, una pantalla da un beneficio instantáneo, una lavadora, un refrigerador, ropa, comida, todo eso soluciona el ahora, nos da la respuesta, una respuesta equivocada, pero que por el momento apacigua los enardecidos ánimos, de una sociedad olvidada.

La violenta irrupción no genera ningún beneficio a nivel social, es puro beneficio individual, patognomónico de esta nueva era, el individualismo se realza en la sociedad mexicana y se muestra más latente que nunca. El tiempo, por su parte, nos sigue disgustando, no queremos esperar largos ratos, no queremos reformas a largo plazo porque estamos jodidos en el ahora y estamos enojados en el presente. Y tememos por la incertidumbre del futuro y precisamente el resultado de todo lo anterior, es la conjugación del enojo del presente y el miedo del futuro.

Ahora hay tres grupos de personas, la clase alta que poco le importa lo que sucede en este momento, la clase media que, por una parte están los que observan con enojo e impotencia como se desarrollan estos actos vandálicos y por otro los que son participes de estos actos; y la clase baja, los excluidos, los periféricos, los que no se sienten parte de esta sociedad porque todos les hemos dado la espalda, ellos, los enojados, que también participan en esta ola de violencia y saqueos, son la viva expresión de que la sociedad mexicana necesita más que nunca, una respuesta que encaje en nuestra percepción cronológica, es decir, que dé resultados en el presente jodido y no en el futuro incierto.


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