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PERFIL PSICOPATOLÓGICO DE LA MUJER ADICTA MALTRATADA


Una de las interrogantes más controversiales en el mundo post-modernista es, en efecto, si existe o no una correlación constante entre el consumo de sustancias controladas o psicoactivas y la violencia familiar. No es tan sólo la correlación que puede que se experimente lo que mantiene a los profesionales de la Salud y peritos en constante cuestionante, pero es en realidad la variabilidad de su relación: ¿es el consumo de sustancias controladas o psicoactivas el (estímulo) factor desencadenante que (como respuesta) provoca o incita a la violencia familiar? O ¿es la violencia familiar quien como estímulo provoca el consumo de sustancias controladas o psicoactivas como respuesta a un entorno familiar disfuncional? Sería justo comenzar a enumerar los personajes que por lo general enfrentan, lamentablemente, estas circunstancias.

Primeramente, ya se ha hablado de la figura que raya en el estigma de la Cultura Puertorriqueña y quien nos mantienen en las primeras planas mundiales como cultura machista, chauvinista, y direccionada a la violencia intrafamiliar: el hombre. Ahora bien, ¿en quién escondemos esa violencia culturalmente? ¿Quién lleva la violencia marcada en el rostro día y noche en silencio? Es entonces, desde la perspectiva psicosocial que Blanco (2007), se enfoca en la mujer que pertenece al núcleo familiar disfuncional que encara una situación de violencia intrafamiliar. Blanco parte de la premisa que son las mujeres adictas a cualquier tipo de sustancia controlada quienes suelen ser presas fáciles de abuso físico y psicológico, ya que usualmente pueden encontrarse más vulnerables y relacionadas a escenas de violencia.

El estudio de la Dra. Blanco comprendió un muestreo a doscientas cuarenta-y-cuatro (244) mujeres y a seiscientos cinco (605) varones, doscientas ocho (208) filiadas con trastornos por uso de sustancias controladas o alcohol y treinta-y-seis (36) por trastornos mentales actuando como grupo control. Se compararon dos muestras, adicción y trastornos mentales sin adicción. Los resultados ventilaron que el 28% de los sujetos (generalizado) se han sentido maltratados alguna vez en su vida, siendo las mujeres, con mayor diferencia y frecuencia resultando maltratadas. También marcó que un 50% de las mujeres a diferencia de un 13% de los varones habían sentido o experimentado maltrato, existiendo una correlación entre sexo y maltrato (p ≥ 0,01). Finalmente, con un 29% la población adicta fue maltratada a diferencia de un 15% de la población con trastornos mentales no relacionados al consumo de sustancias. Más allá de los resultados, Blanco describe más asertivamente el perfil de la mujer adicta maltratada basado en una edad promedio de treinta-y-seis (36) años de edad, con un 51% de probabilidad de ser solteras, con un porciento notable de desviación (34.5%) de estar separadas con menores y un 26.7% aun vivían con su pareja al momento de solicitar ayuda profesional. Por lo general, aunque la investigadora así lo afirma, estudios establecen que las mujeres adictas-maltratadas laboran como empleadas o no ostentan roles o títulos laborales de relevancia y, provienen de niveles sociodemográficos medio-bajos influenciados o marcados por una cultura patriarcal.

Un segundo estudio de tesis doctoral, realizado por Navarro (2009), sustentó que las mujeres maltratadas evaluadas padecían más frecuentemente de ansiedad e insomnio, baja autoestima, depresión y Trastornos Somatomorfos.” Este trastorno implica uno o más síntomas físicos (i.e. Fatiga, pérdida del apetito, síntomas gastrointestinales). Los síntomas provocan un malestar clínico significativo o un deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de la actividad del individuo. La duración del trastorno es al menos de 6 meses. Además, señala que las mujeres aceptan el maltrato como un hecho que ya es parte de sus vidas cotidianas. Un incidente común, que se percibe en el estudio, es que la mayoría de las denuncias iniciadas solamente se atribuyen a mujeres de condiciones sociodemográficas marginadas o estigmatizadas.

Como agente de la comunidad científica, y partícipe de una cultura patriarcal, podemos hacer señalamientos de personas sub-culturadas: por ejemplo, la mujer que pide en la luz con apariencia física extremadamente desnutrida y delgada, cuya vista está desenfocada y quien al final del día se refugia en los pocos pesos que ha recolectado para huir de su realidad ignorando su historia. Tenemos a la mujer que “limpia casas” cuyo escape es el alcohol y el cigarrillo de marcas baratas, madre de una sola cría y su cara cuenta la historia de una vida de maltratos físicos y psicológicos. Estas mujeres no son personajes de novelas ni películas; ellas están aquí, presentes en nuestra sociedad, en nuestros pueblos, ciudades y campos. Todas estas mujeres manifiestan una sintomatología visible y perceptible al ojo clínico, pues se caracterizan por tener una capacidad limitada, no constan con autonomía e independencia en el momento de ejercer juicio o tomar decisiones porque la inseguridad las arropa, viven con complejos de inferioridad, desconfianza, no poseen un autoconcepto o autoestima saludable y, por lo general, niegan completamente su realidad.

Otra variable que podemos evaluar desde el aspecto psicosocial, y que no se menciona en el artículo de Blanco, es preceder del análisis de la Identidad de la Mujer, ¿cuál es el valor significativo de la mujer ante la sociedad? Debemos de partir de la visión Hostosiana, en donde Eugenio María de Hostos, siendo un filósofo educador, y no un psicólogo o perito psicosocial, redactaba en sus ensayos cómo culturalmente hemos marginado la mujer y cómo le hemos enseñado a aceptar esa posición social sin argumentos. La marginamos cuando le imponemos culturalmente: el aseo de la casa, la crianza de la prole, la atención a los deberes cotidianos, la lavandería, la atención marital o extramarital socialmente impuesta por el machismo cultural. Entonces, Hostos no era perito psicosocial pero, ¿qué de real hay en sus palabras que nosotros como entes sociales de cambio podemos percibir e implementar en el estudio biopsicosocial de la mujer? Es simple, hemos cargado a la mujer con un sinnúmero de tareas como un burro de carga ignorando que ella siente, padece y también tiene necesidades como un individuo que forma parte de una sociedad, de una cultura, de un todo. Como bien dijo Marco Julio Cicerón (griego ateneo): “Yo no soy ciudadano de Atenas, yo soy ciudadano del mundo” para explicar la relación entre la Cultura y la Sociedad e implicaciones.

Entre otras opiniones y perfiles psicosociales, debemos también investigar e identificar las causas por las cuales dichas mujeres optaron por consumir sustancias controladas o alcohol. ¿Qué motivó a esa mujer a consumir drogas o alcohol? ¿Fue abusada en el pasado? ¿Vivió escenas de violencia intrafamiliar por parte de sus padres o parejas anteriores? ¿Cuándo se formalizó el patrón victimario? Es a la luz de las preguntas guías que podemos buscar respuesta a la incógnita del por qué estas mujeres se retienen o mantienen bajo esos patrones conductuales. Muchas de estas mujeres viven episodios de terror durante años en un absoluto silencio y, en algunos casos, cuando éstas deciden abandonar el hogar retornan más tarde al mismo ciclo destructivo, incluso con la prole.

Por todo lo cual, recomendaría una mejor educación en la Instrucción Pública, provista por el estado, para que evitara la propagación de la marginación del rol de la mujer en la familia. Además, estratificaría mejores programas biopsicosociales terapéuticos dirigidos al auxilio de la mujer, ya que Puerto Rico se enfoca en la población correccional olvidando que los problemas psicosociales se originan en el hogar disfuncional. Mejor prevención y mejores equipos multidisciplinarios que laboren el enfoque de la Salud de la Mujer. Sin fanatismos o himnos feministas extremistas. La realidad que nos comprende al siglo XXI subyace de la autodestrucción de la institución de la Familia.

Es así que concluimos este recorrido despejando la siguiente imagen: Si las mujeres no son ayudadas, atendidas y no instruimos a la sociedad a quebrantar los esquemas estigmatizantes que llevan la figura de la mujer a la deriva, debemos de prepararnos para peores momentos históricos. Nuestra infancia continuará victimizada por condiciones biopsicosociales no aptas para su entorno. Entonces, ¿qué esperamos de nuestro futuro? ¿A caso existe “el futuro”? O es acaso, ¿el final de la institución familiar? ¿Dónde están los hogares responsables del futuro? ¿A quién delegaremos la carga de la crianza y el desarrollo humano: al hombre? ¿Al estado incumplidor de una política pública fallida? De no encontrar respuestas claras para estas preguntas, debemos llegar a la conclusión de que hemos fallado como cultura, como sociedad, como homo-sapiens.

Referencias

Blanco, P. (2007). Perfil psicopatológico: Pisco y socioterapia de la mujer adicta maltratada [Formato PDF]. Fundación Instituto Spiral.

Casas, J.A., Cauto, D., y Couto, A.R. (2003). Aspectos psicosociales más relevantes de la mujer de edad media. Psicología, (101). Cuba: Santiago.

De Hostos, E.M. (1993). La Educación Científica de la Mujer. La Editorial, UPR.

Gonzales-Lara, J.Y. (2009, 1 de diciembre). La mujer y los aspectos psicosociales y culturales del abuso de las drogas y el alcohol en la Globalización. La diáspora peruana. Traducción: Pérez, R.A.

Navarro, L. (2009). Mujeres maltratadas por su pareja en El Salvador: Características sociodemográficas y de salud (Tesis inédita doctoral). Universidad de Granada, Granada, España.


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